Nos quedamos en casa pero nuestros cerebros siguen conectados y más predispuestos a la creatividad que nunca buscando soluciones para que las marcas salgan de esta situación de la mejor manera posible.
En nuestro día a día precuarentena la comunicación con clientes solía ser por videollamadas. La tecnología ayuda cuando las distancias son largas y los objetivos grandes.Pero lo que está pasando, lo que estamos pasando, no tiene precedentes en la memoria de la humanidad. Llevamos varios días donde toda la comunicación es remota, aunque permanente.
El equipo, los clientes, los amigos, la familia. Todos comunicados igual, todos más cerca que nunca. No imaginamos lo que sería esta desolación sin comunicación. Entonces encontramos la definición que siempre buscamos para lo que hacemos. ¿Publicidad, diseño, comunicación, todo? Eran las palabras que siempre decían presente al tratar de contarlo. Pero antes de eso teníamos otra misión esencial. Lo sabíamos aunque no era específico. Conectar personas, causar emociones, ofrecer lo que sabemos, aceptar lo que necesitamos. Ser humanos.
Mientras trabajamos sin domingos ni feriados en nuevas estrategias para nuestros clientes y nosotros mismos, vamos haciendo y pensando. Pensando de nuevo. Qué distancias queremos alcanzar, qué objetivos perseguimos, cuántos premios locales, cuántos internacionales. Se supone que los premios ayudan a imponer condiciones y a conseguir mejores proyectos, más reconocimiento, más motivación. Esta actividad es así, exigente, pretenciosa, desquiciada, a veces inhumana.
No es momento de imponer, sino de compartir. Lejos, cerca, pero al lado.
Cuando esto pase van a quedar marcas, tanto comerciales como humanas. Las primeras podrán ser grandes o chicas. Las segundas, todas gigantes. Además debajo de esas marcas vamos a quedar las personas. Las personas con las que siempre podremos contar. Entonces seremos mejores. Y ser mejores no necesita el aval de ningún premio.
Las marcas que no descubran a sus personas seguirán siendo solo marcas.