Sabemos que los personajes le aportan valor y humanizan a las marcas, sin importar si existen o no. Le proporcionan ese sentido y atributo, tanto, psicológico como emocional que por sí solo el producto no posee.
Para la marca terminan transformándose en un componente tan esencial que le da vida al producto, al servicio o a la empresa a dónde se busca llegar. Uno de los objetivos es convertirse en ese ejemplo a seguir, para que el público los reconozca generando un sentido más humano donde abunda la confianza y el acercamiento a las personas. No debe reducirse a un simple símbolo ya que este elemento tiene que abarcar una identidad por sobre lo convencional.
Esta figura representa a la marca mucho más de lo que nos podamos imaginar. Es el que nos da acceso a los valores, el que establece el vínculo afectivo con el usuarios y el que traspasa la pantalla para ir más allá del mundo imaginario.
Ahora, tomemos el famoso caso de Papá Noel. Uno de los personajes centrales y el ícono mundial de la Navidad a lo largo de 200 años, y cuya imagen es reconocida por todo niño y adulto en todo el mundo.
Conozcamos un poco su surgimiento. Su base comienza como un personaje histórico: San Nicolás de Bari, un obispo cristiano que vivió entre los siglos III y IV en la región de Licia, actualmente Turquía. En torno a su figura han surgido varias historias y leyendas que narran sus bondades. Una de ellas, cuenta que un padre de origen humilde tenía tres hijas que no podían casarse por no poseer la dote necesaria, lo que era sinónimo de vergüenza para su familia. Enterado de esto, San Nicolás dejó a escondidas bolsas con monedas de oro para cada una de las jóvenes, tirándose por una ventana y cayendo sobre los calcetines de las niñas que colgaban sobre la chimenea. De ahí surge el mito de que no puede ser visto.
Hay un hecho conocido por todos: su estrecha relación con Coca-Cola. El objetivo de la multinacional era “crear un personaje a medio camino entre lo simbólico y lo real, la personificación del espíritu navideño y la felicidad de Coca-Cola”. Y fue así que, en 1931, consiguieron matar dos pájaros de un tiro: promocionar su bebida como refresco para cualquier época del año y acceder a un nuevo segmento de mercado gracias al afable carisma de Santa: los niños. No solo que lo lograron sino que al haber unificado criterios en cuanto a la naturaleza de Santa Claus: ahora es universalmente rojo, rechoncho y con una larga barba blanca. Enlazando así, para siempre y gracias al poder de la publicidad, el nombre de su marca con el de la navidad por la agudeza de sus publicistas, que lo dejaron rojo para siempre.
Concluímos que los personajes gráficos muchas veces generan esa cuota de humanidad que no sólo origina valor, sino que permite comunicar y posicionar a la marca desde otro lugar para que nuestro público pueda verla desde una perspectiva más cercana.
Fuente: PublicidadUCH